La unión hace la fuerza
John Ford ya llevaba medio centenar de películas en el zurrón cuando recibió el encargo de dirigir El caballo de hierro. Hasta entonces, su filmografía se componía principalmente de westerns de corta duración financiados por William Fox de los que sólo una pequeña parte ha sobrevivido hasta nuestros días. Pero El caballo de hierro supuso un punto de inflexión en su carrera. Fue la primera vez que tomó las riendas de una súper producción, denominada así no tanto por el presupuesto inicial (los 280.000 dólares oficiales eran un tercio del dinero que la Paramount había adjudicado a La caravana de Oregón en 1923) sino porque la Fox no reparó en gastos una vez que el rodaje se puso en marcha y porque el reparto, según la nota de prensa, incluyó a 5.000 extras entre regimientos de caballería, trabajadores del ferrocarril y nativos americanos, así como 2.800 caballos, 1.300 búfalos y 10.000 cabestros. Es muy probable que estas cifras estén infladas, pero arrojan la idea de espectacularidad con la que se quería publicitar el filme.
Lejos de plasmar con fidelidad histórica la construcción del primer ferrocarril transcontinental entre 1860 y 1869, El caballo de hierro se centra en narrar la épica de una empresa como aquella. Partiendo del guion de Charles Kenyon, Ford elige contar la leyenda para transmitir los valores de una nación soñadora y valiente, capaz de superar cualquier obstáculo gracias a la unidad de sus habitantes. Para Ford, la vía férrea actúa como una cremallera capaz de cerrar las heridas de la Guerra de Secesión; es por ello que el director le da una importancia mayúscula a la figura de Abraham Lincoln (Charles Edward Bull) en una escena de veneración en la que ensalza la altura de miras que demostró el expresidente al aprobar la ejecución de la obra.
Dicho esto, no deja de ser curioso el empeño de la película a la hora de asegurar que todos los detalles de los hechos y escenas que se muestran son «precisos y fieles» a la realidad, o que las locomotoras que aparecen en el clímax para sellar la unión de las dos vías son las originales. Se trata de otra concesión a la publicidad para fomentar el boca a boca entre los espectadores; concesión ante la que Ford no debió de oponer ninguna resistencia. Aun así, también es justo decir que El caballo de hierro alberga un notable valor documental al mostrar la rutina de trabajo y la vida cotidiana de los empleados: la colocación de los raíles, las traviesas y el balasto; el remache de los clavos; el abastecimiento de comida mediante la caza de búfalos y la importación de ganado; el montaje y desmontaje de las ciudades; los negocios más o menos lícitos que florecían alrededor de la comitiva; etcétera.
En términos narrativos, El caballo de hierro es una railroad movie de carácter episódico en la que vamos avanzando al ritmo de los trabajadores. Sin embargo, Ford evita una excesiva fragmentación de la historia gracias al romance entre Dave Brandon (George O’Brien), hijo de un aventurero asesinado por los indios, y Miriam Marsh (Madge Bellamy), hija del dueño de la empresa contratista (Will Walling). El idilio se forja en la niñez con una bonita introducción en la nevada Springfield, Illinois, y el amor atraviesa los mismos obstáculos que el ferrocarril hasta llegar a su punto de unión. No es una de esas historias de psicología profunda con las que Ford nos deleitará en el futuro, pero sirve para cohesionar la película: es el hilo invisible que tira del espectador como si éste también viajara en uno de los vagones, y logra evitar la saturación de anécdotas.
El trabajo dignifica
En El caballo de hierro también vemos una idealización del trabajo que responde a ese objetivo de ofrecer una imagen de unidad. Empleados que habían sido rivales en la Guerra de Secesión cantan y arriman el hombro; las escasas quejas que se atreven a expresar (por la falta de comida o los bajos salarios) se resuelven en un santiamén. Podríamos decir que Ford destila un optimismo casi furioso: entiende las peticiones de los trabajadores, pero cree firmemente que el progreso de la nación está por encima de cualquier anhelo individual. Una nación, eso sí, que no habría llegado a ser lo que es sin los inmigrantes; de ahí que Ford dedique homenajes a chinos, italianos e irlandeses como el cabo Casey (J. Farrell MacDonald), que responde al arquetipo del borrachín, bocazas y atolondrado que también es trabajador, noble y cariñoso.
Ford sólo trata con desprecio a los personajes que se oponen al progreso. En primer lugar, a los que intentan dinamitar esa unión desde dentro anteponiendo sus intereses particulares a los de la comunidad; es el caso del señor Bauman (Fred Kohler), que soborna al ingeniero Jesson (Cyril Chadwick) para que desvíe el trazado del ferrocarril y lo haga pasar por sus tierras. Y, en segundo lugar, claro está, los nativos americanos. Es cierto que Ford no carga demasiado las tintas contra ellos e incluso los humaniza con un plano en el que un perro acude a consolar a un cadáver; pero, en general, los indios son un enemigo zafio y peligroso. Cheyenes y sioux son los principales damnificados, mientras que a la tribu Pawnee se le dedica una intervención heroica por ser la única que presta ayuda a los colonos.
Cuestiones éticas al margen, John Ford alcanza de sobra la épica pretendida para El caballo de hierro. El espléndido trabajo de montaje, con cortes frecuentes (sobre todo en las escenas que tienen lugar en espacios abiertos), imprime a la acción un ritmo muy elevado, propicio para las persecuciones y el intercambio de disparos. Además, Ford deja imágenes potentes, como las sombras de los indios recortadas en los vagones del ferrocarril poco antes del ataque o, en el plano contemplativo, ese bello instante en el que Brandon se acerca a los raíles con la obra casi terminada y recuerda las palabras de su padre. Finalmente, el barniz cómico de muchas escenas (con mención especial para el juez Haller, interpretado por James A. Marcus) aligera el dramatismo, pero no hasta el punto de que la fábula se resienta. Al contrario, se trata de un humor tan blanco e integrador que a uno le dan ganas de coger el pico y la pala y unirse a ese ejército de entusiastas.
NOTABLE | ⭐️⭐️⭐️⭐️
Título original: The Iron Horse (1924). Dirección: John Ford. Reparto: George O’Brien, Madge Bellamy, Charles Edward Bull, Cyril Chadwick, Will Walling, Francis Powers, J. Farrell MacDonald, Jim Welch, George Waggner, Fred Kohler, James A. Marcus, Gladys Hulette. Duración: 150 minutos. País: Estados Unidos.