La vida, en verde esmeralda
Por fin, después del buen resultado en taquilla de Río Grande (1950), John Ford pudo abordar la adaptación de la historieta El hombre tranquilo, de Maurice Walsh, proyecto que llevaba acariciando más de una década. Aunque Herbert J. Yates puso el grito en el cielo por el rodaje en Technicolor y por el traslado de todo el equipo a la pequeña localidad irlandesa de Cong, el presidente de Republic Pictures tuvo que transigir porque Ford había cumplido su parte del trato y porque, en el fondo, sabía que era una cuestión de prestigio: su estudio era conocido por rodar westerns de baja calidad y otras películas de serie B, y ésta era una magnífica oportunidad de disponer de un título que hiciese de mascarón de proa.
El hombre tranquilo tenía un fuerte vínculo sentimental con Ford debido a sus raíces irlandesas. De alguna manera, el personaje de Sean Thornton (John Wayne) representaba a su alter ego: un tipo que ha nacido en suelo estadounidense y que se ha labrado allí una carrera de éxito, pero que siempre ha tenido el anhelo de conocer el paraíso del que tanto le hablaron sus padres. Ford ya había explorado esa búsqueda en ¡Qué verde era mi valle! (1941), pero lo había hecho desde un punto de vista melancólico, casi desde el lamento del tiempo perdido en nombre del progreso. En cambio, en El hombre tranquilo tenía claro que el protagonista no sólo debía de buscar el paraíso, sino encontrarlo.
Por este motivo, la película sigue los códigos de la comedia romántica clásica, con una guerra de sexos entre un hombre y una mujer de armas tomar: el mencionado Sean Thornton y la pelirroja Mary Kate Danaher (Maureen O’Hara, que también salía en ¡Qué verde era mi valle! y había nacido a las afueras de Dublín). Pese al revisionismo contemporáneo que tilda al filme de machista, el personaje de Mary Kate sigue teniendo la fuerza de un huracán: es una mujer indómita como la climatología irlandesa, que no ceja en su empeño de conseguir lo que le corresponde aunque su flamante marido insista en que se conforme. Y entre los deseos de Mary Kate figura amar a un hombre que la defienda hasta las últimas consecuencias. Físicamente, si es necesario.
El turbulento romance entre Sean y Mary Kate queda reflejado por Ford en escenas que ya han pasado a la historia del cine, como el beso de la cabaña, en mitad de un vendaval, o como el del cementerio, bajo la tormenta. Es una manera efectiva de mostrar la pasión de dos amantes que se desean hasta las gónadas. Pero estas escenas son aún más atractivas por el contraste casi violento que suponen respecto a las del cortejo, que están fotografiadas con un halo onírico y una visión decididamente cómica, como en el célebre arrastre de Mary Kate desde la estación de tren de Castletown hasta Innisfree. De nuevo el revisionismo contemporáneo se lleva las manos a la cabeza en dicha escena, sobre todo cuando una vecina le presta a Sean una vara con la que dominar a su mujer, obviando que Ford empleaba un humor brusco y cínico para evitar que sus películas fueran engullidas por la nostalgia.
En este sentido, es obligatorio reseñar la participación de dos personajes clave. Por un lado, Will Danaher (Victor McLaglen), quien debe autorizar la boda de su hermana con Sean Thornton; aunque le pilló algo mayor, es uno de los mejores papeles de la carrera de McLaglen, y también de los más divertidos. Por otro, el alma de El hombre tranquilo es, sin duda, Michaleen Oge Flynn (Barry Fitzgerald), una mezcla de casamentero, metomentodo y borrachín ilustrado que se comporta como si estuviera poseído por el espíritu de un leprechaun. Fitzgerald roba varias escenas con sus apostillas o su forma de sacar provecho de determinadas situaciones (véase el episodio de la carrera de caballos), y deja para la posteridad una exclamación que precisamente por su anacronismo tiene un encanto irresistible: «¡Homérico!».
El éxito de El hombre tranquilo contentó a todos los implicados. A Republic, porque fue la decimosegunda película más taquillera del año, con una recaudación de 3,2 millones de dólares que compensó sobradamente los 1,75 millones que había costado. A Ford, porque le reportó el cuarto Oscar de su carrera tras los de El delator (1935), Las uvas de la ira (1940) y ¡Qué verde era mi valle! (1941). Y, al séptimo arte en general, por brindar a los espectadores un mundo alegre y romántico en el que habitar durante dos horas y nueve minutos. Un mundo donde los errores del pasado no tienen cabida y en el que la vida refulge en verde esmeralda.
EXCELENTE | ⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️
Título original: The Quiet Man (1952). Dirección: John Ford. Reparto: John Wayne, Maureen O’Hara, Barry Fitzgerald, Ward Bond, Victor McLaglen, Mildred Natwick, Francis Ford, Arthur Shields. Duración: 129 minutos. País: Estados Unidos.