La excusa perfecta
La novela de Erskine Caldwell El camino del tabaco, publicada en 1932, tuvo una rápida adaptación teatral que causó furor en Broadway, donde se representó durante siete años sin interrupción. Las 3.182 veces que subió el telón entre el 4 de diciembre de 1933 y el 31 de mayo de 1941 le hicieron batir todos los récords de permanencia de la época. A día de hoy aún ocupa el decimonoveno lugar en el ranking histórico de Broadway; o el segundo, si descontamos los musicales.
Para explicar este éxito hay que recordar el contexto socioeconómico en el que se publicó la obra de Caldwell. Son los años posteriores al crack de la bolsa de Nueva York; los años de la Gran Depresión estadounidense, en la que cientos de miles de personas se arruinaron o se quedaron sin empleo. En el sur, donde aún había grandes comunidades rurales, los aparceros y agricultores perdieron las tierras que les habían legado sus antepasados al no poder seguir pagando los alquileres que les imponían sus nuevos dueños: los bancos. Muchas de estas gentes habían tenido que renunciar a la educación básica necesaria para incorporarse a un mercado de trabajo cada vez más tecnificado. Terminaban quedándose al margen de la sociedad, recluidos en unas granjas estatales donde les daban lo justo para no morirse de hambre hasta que llegaba, efectivamente, el final de sus días.
Erskine Caldwell conocía bien el panorama. Durante su infancia había recorrido los campos de Georgia junto a su padre, un predicador presbiteriano, y por eso apenas tuvo que documentarse para escribir El camino del tabaco. Pero Caldwell no se limitó a elaborar un retrato compasivo de los sureños que se iban quedando en la más absoluta miseria; pese a reconocer la frialdad de los bancos, también cargó las tintas contra los agricultores que se empecinaban en aferrarse a unas tradiciones y unos hábitos de trabajo obsoletos. Así, el protagonista de la novela, Jeeter Lester, es descrito como un patán al que la situación económica de la región le ha proporcionado la excusa perfecta para no dar un palo al agua. Caldwell, ejerciendo de crítico social, avisaba de que los lamentos debían dar paso a la voluntad de progresar. De lo contrario, cualquiera corría el riesgo de ser engullido por la corriente.
Mientras la obra seguía con su racha triunfal en Broadway, donde Henry Hull encarnaba a Jeeter Lester, las productoras cinematográficas intentaban asegurarse de que les sería posible adaptar el texto a la gran pantalla esquivando las restricciones que imponía el Código Hays. El punto más conflictivo era el de la religión, ya que Caldwell había deslizado la idea de que invocar a Dios era propio de mentes obtusas, perezosas y analfabetas: toda una afrenta para el ala más conservadora de la nación. Entre 1939 y 1940, los estudios RKO, Republic, Columbia y Warner Bros. recibieron informes desfavorables por parte de los censores, por lo que descartaron invertir dinero alguno en la compra de los derechos de autor. Pero Darryl F. Zanuck utilizó como argumento el éxito de taquilla cosechado por Las uvas de la ira, que explicaba las vicisitudes de otra familia en un contexto rural muy parecido. Así, los censores otorgaron la pertinente autorización a la 20th Century Fox y Zanuck cerró el trato con Jack Kirkland —productor de la adaptación teatral— por 150.000 dólares más un porcentaje de los ingresos de taquilla.
Puestos a ser consecuentes con su estrategia, Zanuck decidió que los responsables del éxito de Las uvas de la ira debían encargarse también de la nueva película. Así, Nunnally Johnson lideró el equipo de guionistas y John Ford se puso a los mandos de la dirección. Ni uno ni otro dieron saltos de alegría. Ford asumió el encargo a regañadientes: se negó a leer el libro, tampoco vio la obra, y se enfrentó a Caldwell en el propio set cuando éste le recriminó el comportamiento que iban a adoptar los personajes, en especial uno de los hijos de Jeeter —Dude Lester (William Tracy)— al que daban ganas de saltarle los dientes desde el minuto uno. Como reconoció Johnson: «[Ford] era demasiado potente para mí. Era como si le estuviera hablando en chino. Para él, un paleto inculto de clase baja y un irlandés inculto de clase baja eran idénticos. Reaccionaban de la misma manera. Como no sabía nada de paletos del sur —excepto de mí— y sabía de irlandeses, sencillamente los convirtió a todos en irlandeses. El conjunto resultó ser un desastre».
Una flor entre la mugre
La presencia de Gene Tierney en la película también fue impuesta por Zanuck e igualmente rechazada por Ford. En este caso, Ford tenía razón. Escoger a Gene para el papel de Ellie May —otra de los «diecisiete o dieciocho hijos» de Jeeter Lester (Charley Grapewin)— era un error de casting atendiendo a la descripción que Caldwell había hecho de la muchacha: «El labio superior de Ellie May tenía una hendidura de medio centímetro de ancho que dividía su boca en dos partes iguales, ya que terminaba casi debajo de la fosa nasal izquierda. Tenía encías grandes y de un rojo encendido, así que la abertura era la causa de que pareciera estar sangrando profusamente por la boca. Hacía quince años que Jeeter venía diciendo que iba a coser el labio de su hija, pero aún no se había decidido». Lov Bensey (Ward Bond), el hombre del que Ellie May está enamorada, añadía: «Tiene una cara horrible y no creo que me gustara tenerla siempre a la vista».
La cara de Gene Tierney, con 20 años recién cumplidos, era de una belleza insultante. De nada sirvió que se sometiera a largas sesiones de maquillaje en las que intentaron afear su aspecto. Sin coloretes ni pintalabios, sus rasgos naturales brillaban entre la mugre con pasmosa facilidad. Pero es que, además, la Ellie May de la película no sólo no provocaba la repulsión de la novela, sino que llegaba a despertar la lascivia del público masculino. En su escena más importante, Ellie May debe arrastrarse por el suelo para llamar la atención de Lov y quitarle un saco de nabos. Tierney se va acercando poco a poco a su objetivo, vestida con un harapo que deja ver sus piernas desnudas. A pesar de su rostro cándido —parece claro que Ellie May padece un retraso mental, aunque ello no se cite expresamente— Tierney se muestra sexy cuando debería provocar el efecto contrario. Sin ir más lejos, este fue uno de los motivos por los que el Hollywood Reporter calificó La ruta del tabaco como «la película más atrevida de todos los tiempos».
No es el único motivo por el que la versión de John Ford se aleja bastante de la novela de Caldwell. Aunque los personajes son retratados con aceptable fidelidad, el tono empleado por Ford es el de una comedia histriónica y absurda. A ratos es divertida; a ratos, insoportable. El guion de Nunnally Johnson trata a los Lester con indulgencia y echa casi toda la culpa de su mala fortuna a los bancos que se van quedando las tierras. El final, sin ser feliz, no tiene la dureza del libro, además de ser completamente distinto; desprende, eso sí, una nostalgia por el pasado que recuerda a otras películas de Ford. Tampoco hay una crítica tan feroz contra la religión, si bien el personaje de la predicadora Bessie (Marjorie Rambeau) es igualmente ridiculizado, motivo por el que países como Australia vetaron el estreno del film. En el lado positivo de la balanza habría que situar la estupenda fotografía en blanco y negro de Arthur C. Miller.
Otra de las diferencias entre el libro y la película es la presencia de un nuevo personaje: Tim Harmon, el hijo del antiguo terrateniente de los Lester, al que da vida Dana Andrews. Esta fue la primera de las cinco veces en las que Andrews y Tierney compartieron reparto, aunque aquí sea anecdótico porque no se cruzan ni una sola mirada.
Alentada por el éxito de Broadway, La ruta del tabaco tuvo una buena acogida en taquilla pero defraudó a la prensa, que la vio poco menos que como una parodia de Las uvas de la ira que ni siquiera respetaba el texto original. Algunos disculparon a Ford por estar limitado por el guion de Johnson; y a éste, a su vez, por estar limitado por la oficina Hays. Archer Winsten recalcó en el New York Post el error que suponía haber elegido a Gene Tierney como Ellie May: «Está más guapa con la cara sucia que con el cegador maquillaje de la Fox». Y en el New York Times, Bosley Crowther, con su sorna habitual, se preguntaba cómo podía pasar desapercibida «una frágil rosa» como Gene en un entorno tan cochambroso. En fin; quien debió de preguntarse por qué había tenido que hacer un trabajo como aquel debió de ser el propio John Ford.
Nota: Esta crítica es una adaptación del fragmento que le dedico al rodaje de La ruta del tabaco en Gene Tierney: En el filo de la navaja (T&B Editores, 2016).
FLOJA | ⭐️⭐️
Título original: Tobacco Road (1941). Dirección: John Ford. Reparto: Charley Grapewin, Marjorie Rambeau, Gene Tierney, William Tracy, Elizabeth Patterson, Dana Andrews, Slim Summerville, Ward Bond, Grant Mitchell. Duración: 84 minutos. País: Estados Unidos.