
Vientos de cambio
Con el problema del racismo cada vez más presente en las calles y las películas de Estados Unidos, Warner Bros. quiso ir un paso más allá y aprovechar estos vientos de cambio para convertir a un actor negro en protagonista de un western de John Ford. El estudio sugirió fichar a Harry Belafonte o Sidney Poitier, que se había convertido en una estrella tras su nominación al Oscar por Fugitivos (Stanley Kramer, 1958). Sin embargo, Ford creía que Belafonte y Poitier no eran lo bastante duros como para interpretar a Braxton Rutledge, sargento de caballería acusado de violar y matar a una chica y de asesinar también a su padre. Por eso insistió en la contratación de Woody Strode, que acababa de terminar el rodaje de Espartaco (1960) a las órdenes de Stanley Kubrick.
Woody Strode había sido jugador de fútbol americano en Canadá en los años 40 y luchador profesional, y no fue hasta Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956), a los 42 años, cuando empezó su carrera como actor. Tenía poca experiencia y su nivel interpretativo distaba mucho de lo que Poitier podía ofrecer. Pero Ford quería a un hombre musculoso, con una apariencia inquietante sobre la que pudiera planear la sombra de los crímenes que se le imputaban. Strode, que se jactaba de hacer mil flexiones, mil abdominales y mil flexiones de rodilla diarias, era justo lo que necesitaba. Ya se encargaría él —a base de putadas y malos tratos— de convertirlo en algo parecido a un actor de carácter. La Warner transigió con los deseos de Ford, quizá pensando que lo mismo daba mientras fuera negro, y la producción salió adelante.
El sargento negro es, principalmente, una película de estudio. Aunque una de las imágenes icónicas es la del sargento Rutledge cabalgando por Monument Valley, lujo que había pertenecido casi en exclusiva a John Wayne desde La diligencia (1939), sólo 9 de los 43 días de rodaje tuvieron lugar en exteriores, mientras que el resto se desarrollaron en estudios de la Warner. Esta proporción también se aprecia en la película, que combina el tiempo presente —la celebración del juicio que va a determinar la culpabilidad o inocencia de Rutledge— con varios flashbacks en los que los decorados tienen la misma importancia que los escenarios naturales.
Secundado por el director de fotografía Bert Glennon, colaborador habitual de sus películas en blanco y negro, Ford le dio a El sargento negro una pátina teatral que la hace extrañamente cautivadora. Hay una voluntad estética que se aprecia en las transiciones a los flashbacks, cuando los integrantes del jurado se recortan en la pared como sombras expresionistas, o en el minimalismo de decorados como el de la estación en la que Rutledge asalta a Mary Beecher (la estupenda Constance Towers). Es una visión íntima que contrasta con la rudeza del protagonista —esa enorme mano negra que tapa la mano de Beecher— y que también es palpable en la escena más delicada, cuando las autoridades hallan el cadáver semidesnudo de Lucy Dabney (Toby Michaels).
El guion de Willis Goldbeck y James Warner Bellah —autor de la novela original— teje una ambigüedad notable sobre la culpabilidad de Rutledge, si bien, vista con la perspectiva de un espectador del siglo XXI, parece claro que al final se declarará su inocencia. En este sentido, donde más chirría la película es en el último acto, puesto que a la lograda pirueta argumental para determinar al verdadero culpable le sigue un epílogo en el que a Rutledge se le arrebata toda redención; la gloria se la acaba llevando un blanco, en este caso su abogado defensor, el teniente Cantrell (Jeffrey Hunter). La imagen de Cantrell besando a Beecher en la última escena hace que nos preguntemos: «Vale, ¿y qué pasa con Rutledge?». Pero estábamos en 1960 y el cine aún daba sus primeros pasos a la hora de contar historias de racismo. Recordemos que ni siquiera se había estrenado la maravillosa Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962).
No es que El sargento negro fuera un fracaso de taquilla, pero en cualquier caso no llegó a colmar las expectativas de la Warner: sólo recaudó 784.000 dólares en Estados Unidos y 1,7 millones en el resto del mundo. Ford le echó la culpa al estudio «por mandar a un par de chicos en bicicleta a venderla». Eso sí, a cambio del proyecto y a pesar de los mencionados malos tratos, Ford reclutó a un nuevo soldado para su ejército: Woody Strode, que a partir de entonces iba a convertirse en otro rostro habitual de sus repartos.
NOTABLE | ⭐️⭐️⭐️⭐️
Título original: Sergeant Rutledge (1960). Dirección: John Ford. Reparto: Woody Strode, Jeffrey Hunter, Constance Towers, Billie Burke, Juano Hernández, Willis Bouchey, Carleton Young, Judson Pratt, Toby Michaels. Duración: 109 minutos. País: Estados Unidos.