
Sacrificio final
A mediados de los sesenta, John Ford seguía empeñado en demostrar que no era un director carca y reaccionario, y que podía afrontar los grandes debates que la sociedad estadounidense se estaba planteando. Así, tras hacer una denuncia contra el racismo en El sargento negro (1960) y otra contra el genocidio indio en El gran combate (1964), Ford volvió a unir fuerzas con el productor Bernard Smith para sacar adelante el último largometraje de su carrera: Siete mujeres (1966).
La película dista de ser un alegato feminista, pero presenta como novedad el hecho de que un colectivo de mujeres tome el protagonismo. Hasta ahora habíamos visto grandes mujeres fordianas, como Claire Trevor en La diligencia (1939) y Maureen O’Hara en El hombre tranquilo (1952); personajes duros como rocas, que no se plegaban a la hipocresía social o a la voluntad de los hombres, pero individuales, sin el apoyo que recibían los protagonistas masculinos. Siete mujeres plantea una sororidad algo rudimentaria, pero real en términos de defensa ante un peligro de muerte.
Aunque la acción tiene lugar en una misión cristiana en la frontera entre Mongolia y China en 1935 —magnífico decorado de la MGM— Siete mujeres puede leerse en clave de western y más aún llevando la firma de John Ford. El recinto de la misión es muy parecido al de cualquier fuerte de las películas del ejército de caballería, mientras que la amenaza exterior que constituyen los bárbaros mongoles remite, por ejemplo, al cerco apache de Little Bighorn. Incluso podrían trazarse paralelismos entre la señora Andrews, fundadora de la misión (Margaret Leighton), y cualquiera de los capitanes de ejército que han perdido la chaveta; así como entre la doctora Cartwright (Anne Bancroft) y los héroes atormentados y valientes que había interpretado John Wayne.
En este sentido, la doctora Cartwright llega a la misión para poner en evidencia la hipocresía de la religión: una práctica llena de buenas palabras y vidas piadosas que no sirven para nada cuando se trata de salvar el pellejo. Puede que Cartwright lleve el pelo corto, fume como una carretera y beba más de lo aconsejable, pero a la hora de la verdad es la única que se remanga la camisa y pone su vida en juego por salvar la de las demás. Y no sólo eso. Cartwright también provoca un terremoto moral en la señora Andrews, cuya tendencia lésbica queda patente desde la escena en la que espía a la joven Emma Clark (Sue Lyon) en ropa interior. Posteriormente, en uno de los escasos momentos inspirados de diálogo, Cartwright y Andrews mantendrán una charla en la que la fundadora de la misión reconocerá que fue en busca de Dios para reprimir sus deseos sexuales. Oh, sorpresa: no funcionó.
Siete mujeres es una película que se vuelve cada vez más oscura y que estalla en una orgía de violencia y destrucción a partir de la llegada a la misión del siniestro Tunga Khan (Mike Mazurki). Ford llega a enseñar la matanza a sangre fría de un grupo de chinos de todas las edades que habían buscado refugio entre las misioneras. Pero lo que más remueve al espectador es la progresiva degradación de la doctora Cartwright, que primero accede a ser violada y después a convertirse en la concubina de Khan para salvar la vida de sus compañeras y de un niño recién nacido. El sacrificio de Cartwright es recibido como un advenimiento por las misioneras; no así por la señora Andrews, que cae definitivamente en las redes de la locura cuando comprende que nunca tendrá el valor necesario para vivir como habría querido.
Lo que lastra a Siete mujeres es uno de los guiones más flojos de la carrera de Ford, el que escribieron al alimón Janet Green y John McCormick, con diálogos planos y redichos, salvo excepciones como la conversación entre Cartwright y Andrews. Se llega a escapar alguna carcajada involuntaria, como cuando la ingenua Emma le pide a la doctora que haga otro milagro sin sospechar que le está pidiendo que vuelva a dejarse violar por Tunga Khan (y, si lo sospecha, es una auténtica hija de puta, la verdad). Además, los mongoles son esquemáticos a más no poder, y tanto Mazurki como Woody Strode adoptan comportamientos histriónicos, ridículos, con los que intentan suplir la incapacidad del guion para transmitir la agonía de las mujeres. Por no hablar del insufrible matrimonio que encarnan Betty Field y Eddie Albert.
Ahora bien, el regusto final de Siete mujeres es positivo por varias razones. Además de la reseñada inmolación de la doctora, con una estupenda Anne Bancroft, también hay que destacar la fotografía de un inspiradísimo Joseph LaShelle, que a base de luces, sombras y doseles saca petróleo del único escenario que tuvo Ford para rodar la película. Los minutos finales también tienen la fuerza requerida para provocar un shock, al contraponer la humillante salvación de las misioneras con la valiente muerte que va a afrontar la doctora. Sin duda, una escena que es perfectamente válida como telón de la carrera de John Ford y como resumen de su filosofía vital.
BUENA | ⭐️⭐️⭐️
Título original: ‘7 women’ (1966). Dirección: John Ford. Reparto: Anne Bancroft, Sue Lyon, Margaret Leighton, Flora Robson, Mildred Dunnock, Betty Field, Anna Lee, Eddie Albert, Mike Mazurki, Woody Strode, Jane Chang. Duración: 87 minutos. País: Estados Unidos.