En busca de venganza
Cada cierto tiempo se abre el debate sobre si Centauros del desierto es el mejor western de la historia del cine (o la mejor película, como dijo una vez Steven Spielberg). Es difícil hacer una afirmación tan rotunda cuando su director, John Ford, tiene otras obras a la altura de ésta, o cuando nos referimos a un género tan fecundo en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Pero es cierto que las imágenes de The Searchers, como se tituló originalmente, tienen un poderío que ha trascendido a la memoria colectiva —ese Monument Valley de aires mitológicos— y que, además, Ford hizo gala de un maravilloso sentido del equilibrio entre acción, humor, sexo y violencia. La combinación de esos factores vendría a significar el cénit del western, que pese a los revivals de los sesenta y setenta en otras latitudes, y con notables excepciones, empezaría una lenta pero inexorable decadencia.
Centauros del desierto es la historia de un inadaptado: Ethan Edwards, con toda probabilidad el personaje más complejo que interpretó John Wayne a lo largo de su carrera. Ex combatiente del ejército confederado —y, por lo tanto, perdedor de la guerra civil estadounidense—, Ethan es un hombre vengativo y racista que no entiende los cambios sociales a los que se está enfrentando el país. Se ve a sí mismo como un marginado y cree aceptarlo, pero en el fondo echa de menos la vida que podría haber tenido con Martha (Dorothy Jordan), quien acabó casándose con su hermano Aaron (Walter Coy). Por otra parte, Ethan salvó la vida de un recién nacido; pero, ahora que Martin (Jeffrey Hunter) es adulto, le desprecia por tener una octava parte de sangre cherokee. Le dan asco los nativos, pero lo sabe todo acerca de sus creencias y costumbres, e incluso habla su lengua. Y, aunque su propia familia no lo tenga en gran consideración, hará lo imposible por rescatar a las sobrinas que le arrebató el jefe indio Scar (Henry Brandon).
Pero no nos equivoquemos: a Ethan Edwards no le mueve el amor, sino el odio y la venganza. Y eso es lo que más desprecia de sí mismo. Cuanto más cerca está de abrazar de nuevo a Debbie (Natalie Wood), más convencido está de que tendrá que matarla. Primero, porque a la joven le habrán lavado el cerebro para convertirla en una india más. Y segundo, porque Ethan no puede soportar la idea de que Debbie haya perdido su pureza. Sabe que Scar habrá tenido tiempo de sobra para convertirla en una de sus concubinas, y ello mancilla el recuerdo de la niña inocente que jugaba con sus condecoraciones militares. Es verdad que en el alma pétrea del protagonista se abren pequeñas grietas de humanidad: por ejemplo, cuando decide nombrar a Martin heredero de sus bienes, o en el propio rescate de Debbie, cuando la envuelve en sus brazos y le perdona la vida. Pero al final la puerta se cierra y él queda de nuevo a la intemperie, como un alma condenada a vagar eternamente por el desierto.
Más allá de las inolvidables escenas de apertura y cierre de Centauros del desierto, con la figura de Wayne vista desde el lugar adonde nunca podrá entrar, John Ford compone imágenes que narran con una facilidad asombrosa, producto de sus más de treinta años en el oficio. Quizá la más destacada es la del desayuno en casa de Aaron y Martha, cuando la tensión romántica entre Ethan y su cuñada se corta con un cuchillo: él no le quita los ojos de encima, ella acaricia su abrigo por última vez. Unos sencillos gestos para hacernos entender todo lo que hubo entre ambos y no pudieron materializar. La callada presencia del reverendo Clayton (Ward Bond), atrapado en un momento íntimo, sirve para que el espectador preste atención y descubra las aguas que corren bajo la superficie.
El humor que Ford impone en Centauros del desierto es basto, más incluso de lo que pudiera demandar el guion, pero muy efectivo: golpes, peleas y disparos en el trasero mantienen la película a ras de arena y ejercen de contrapunto a los momentos más emotivos, donde podría haber caído en la nostalgia o la autocompasión. Mención especial para la subtrama de comedia romántica que protagonizan Martin y Laurie (Vera Miles), porque más allá de ser divertida es, también, un reflejo doloroso para Ethan, testigo a su pesar de cómo podría haber sido su vida con Martha. Que Martin llegue a tiempo de impedir la boda de Laurie con Charlie McCorry (Ken Curtis) y cambiar el destino es otra prueba de que Ethan está solo en su pena.
Y, por encima de todo, Centauros del desierto es una película emocionante. Lo es por el desarrollo de la trama y la incógnita de si Debbie será siguiendo la misma cuando sea rescatada. Lo es porque tememos que a Ethan se lo acabarán llevando sus propios demonios, como cuando se pone a masacrar bisontes sin necesidad o cuando conoce a una madre y una hija que han perdido la cabeza tras pasar años secuestradas. Lo es por la excelsa fotografía de Winton C. Hoch, que convierte un precioso atardecer en una pesadilla (¡qué terrorífico es ese primer plano al rostro de Lucy!). Lo es por las escenas de acción y por la rotunda, lírica, épica banda sonora de Max Steiner. Y, claro está, por la letra de la canción que, como el plano de la puerta, abre y cierra la película: What makes a man to wander? / What makes a man to roam? What makes a man leave bed and board / And turn his back on home? / Ride away, ride away, ride away…
EXCELENTE | ⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️
Título original: The Searchers. Dirección: John Ford. Reparto: John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles, Ward Bond, Natalie Wood, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Antonio Moreno, Hank Worden, Beulah Archuletta, Walter Coy, Dorothy Jordan. Duración: 119 minutos. País: Estados Unidos.