
En glorioso Cinerama
La televisión ya se había consolidado en los hogares de Estados Unidos a finales de la década de los cincuenta. La reacción del cine ante su pequeña competidora fue tratar de seducir al público con diversas innovaciones técnicas aún más asombrosas para la vista y el oído. Una de las pocas que funcionó con éxito —aunque por poco tiempo— fue Cinerama, un sistema de filmación que empleaba tres cámaras sincronizadas y sonido estereofónico; el material resultante se proyectaba en pantallas panorámicas que otorgaban una sensación inmersiva, parecida al efecto de las tres dimensiones. Por este motivo, las películas rodadas con Cinerama eran en su mayoría documentales de naturaleza. Pero la Metro-Goldwyn-Mayer también le sacó partido con dos películas de ficción: El maravilloso mundo de los hermanos Grimm (Henry Levin y George Pal, 1962) y La conquista del Oeste.
Como es lógico, La conquista del Oeste pretendía mostrar el avance del hombre blanco a través de la tierra inhóspita y salvaje habitada por nativos con toda la espectacularidad que ofrecía el nuevo medio. Para ello, seguía la historia de una familia de pioneros, los Prescott, desde los años 30 hasta los 80 del siglo XIX, desde Nueva York hasta San Francisco, haciendo hincapié en los episodios que más podían potenciar las cualidades de Cinerama: descenso por ríos rápidos, ataques indios en las grandes llanuras, la guerra civil, la caza de bisontes, la construcción del ferrocarril y el auge de los forajidos. El rigor histórico quedaba a un lado y el exterminio de los nativos se mencionaba muy de pasada o incluso se justificaba en pos de la «civilización» del territorio. Por otro lado, la MGM consiguió un reparto de lujo compuesto por grandes estrellas del western como James Stewart, John Wayne, Karl Malden, Walter Brennan, Gregory Peck, Henry Fonda, Richard Widmark o Eli Wallach (y la narración de Spencer Tracy), si bien la presencia de algunos de ellos era testimonial.
Para dirigir un proyecto mastodóntico como La conquista del Oeste, la MGM tiró de los veteranos George Marshall (71 años), John Ford (68) y Henry Hathaway (64). Ni que decir tiene que la presencia de Ford era un baluarte para la película, ya que no sólo se trataba del mejor director de westerns vivo (o el mejor director a secas) sino también de un gran estudioso de la historia estadounidense y un defensor a ultranza de la sublimación de los hechos reales para convertirlos en legendarios. Pero lo cierto es que la aportación de Ford es la más reducida y, no por casualidad, la más amarga. Pappy acababa de dirigir El hombre que mató a Liberty Valance (1962) y estaba en un momento en el que prefería centrarse en las tragedias vitales más que en las grandes epopeyas. Su fragmento muestra el drama de una familia que no puede despedirse por culpa de la guerra civil y está desprovisto de épica. Para Ford, lo mejor de La conquista del Oeste fue conocer al productor de sus últimas películas: Bernard Smith.
Por su parte, Marshall y Hathaway hacen gala del oficio que habían adquirido a lo largo de sus carreras y dirigen con pulso firme unas escenas que a día de hoy siguen impactando aunque sean proyectadas en el reproductor de DVD de una sala de estar. La huella del Cinerama se deja notar en el efecto ojo de pez, que se hace más acusado en los planos generales y en las escenas que transmiten la adrenalina de los indios a lomos de sus caballos o la imponencia de una estampida de bisontes. El Cinerama otorgaba una gran profundidad de campo, y parece que los tres directores —sobre todo, Marshall y Hathaway— optaron por colocar a los protagonistas en el centro de la imagen siempre que fuera posible para destacarlos sobre el escenario. A veces da la impresión de que los actores se van a dirigir directamente al espectador, como cuando se acercan a cámara y ganan corpulencia. Sin duda, eso debió ser lo que sintió el público que tuvo la suerte de asistir a aquellas proyecciones.
En conclusión, merece la pena ver al menos una vez La conquista del Oeste porque saca un rendimiento máximo de las posibilidades del Cinerama, aunque en el siglo XXI sea casi imposible disfrutar de ella en el formato para el que fue concebida (¿quizá en el cine Phenomena de Barcelona?). Sin embargo, desde el análisis de una evolución del género, es fácil calificarla como el último coletazo de los westerns épicos y desmedidos que en 1962 ya corrían el peligro de ser calificados como «trasnochados». Primero, porque eran historias que el público ya había visto mil veces; y, segundo, por la visión sesgada que ya hemos comentado unos párrafos más arriba y que, probablemente, espantaba al público más joven y urbanita. El propio filme parece ser consciente de su suerte al terminar con unos planos cenitales de autopistas y rascacielos que a cualquier pionero le habrían parecido imágenes de galaxias muy, muy lejanas.
BUENA | ⭐️⭐️⭐️
Título original: How the West Was Won (1962). Dirección: John Ford, Henry Hathaway, George Marshall. Reparto: Carroll Baker, Lee J. Cobb, Henry Fonda, Carolyn Jones, Karl Malden, Gregory Peck, George Peppard, Robert Preston, Debbie Reynolds, James Stewart, Eli Wallach, John Wayne, Richard Widmark, Brigid Bazlen, Walter Brennan, David Brian, Andy Devine, Raymond Massey, Agnes Moorehead, Harry Morgan, Thelma Ritter, Mickey Shaughnessy, Russ Tamblyn, Spencer Tracy. Duración: 164 minutos. País: Estados Unidos.